Los errores de ayer


Alteraron la hidrología de Tabasco

Octavio Rodríguez Araujo /La Jornada

Con la frase que titulo mi artículo de hoy (8 de noviembre) terminó el que escribió aquí (La Jornada) Iván Restrepo el 28 de febrero de 2000: “Tabasco: las inundaciones más democráticas”. En ese artículo Iván decía que las autoridades no aprendieron la lección de la naturaleza y mencionaba cómo se administraban los enormes recursos de ese estado en el pasado; y añadía: “el futuro lo están fincando en los errores de ayer”.
Y así lo hicieron, alterando la hidrología de Tabasco y retando a la naturaleza con obras que representaron negocios enormes para unos cuantos y desplazamiento de los pobres a zonas de alto riesgo en las márgenes de los caudalosos ríos. La corrupción, la falta de planeación y de previsión, el desdén a las lecciones del pasado (de la inundación de 1999, entre otras) y la irresponsabilidad de los gobernantes (de Madrazo y sus herederos) son las causas de la tragedia de hoy, y no sólo, como ha querido decir Felipe Calderón, “la alteración climática”.
Lo que ha ocurrido en Tabasco y en Chiapas no es muy diferente de lo que pasa y pasará en muchos lugares de México, aunque las proporciones de cada caso sean distintas y en algunos tengan el signo de una verdadera tragedia. En el país se han conjugado dos elementos principales (no únicos), que desde hace décadas han hipotecado su futuro, un futuro que ya nos alcanzó. Estos dos elementos son la falta de planeación y la corrupción.
La falta de planeación ha hecho crecer las ciudades anárquicamente generando problemas que, en la práctica y con los recursos del país, no tienen solución: urbanizaciones que alteran la ecología, envenenamiento de mantos freáticos, aumento de la contaminación del aire, sobrecarga de las posibilidades de servicios, etcétera, pero, esto sí, enriquecen a algunos en contra del bien común y, como en todos lados, de la población menos favorecida. En el campo se observa el mismo fenómeno: ahora importamos alimentos que antes exportábamos y se empobreció más a sus habitantes que emigran como pueden a donde pueden.
La llamada zona metropolitana del valle de México, para citar un ejemplo dramático que cualquier día explotará, se convirtió en un monstruo con 58 municipios del estado de México (y uno de Hidalgo) que rodean al Distrito Federal más que duplicando la población de la capital de la República. ¿Cómo se dejó crecer este monstruo y por qué? Por falta de planeación y porque los gobiernos del DF y del Edomex lo permitieron a lo largo de los últimos 40 años con los consabidos beneficios para la alta burocracia y para los inversionistas sin escrúpulos.
De la misma manera se actúa en cientos de municipios del país, donde sus gobernantes, a cambio de “compensaciones” y de reflectores políticos, autorizan obras que luego se convierten en problemas irreversibles, incluso para los que se beneficiaron de ellas.
La falta de planeación ha favorecido la corrupción y ésta ha impedido que en México, a diferencia de otros países igualmente capitalistas, se elaboren planes de largo plazo y se respeten. Con políticos deshonestos no hay plan que valga, y la deshonestidad no es sólo corrupción para enriquecerse, sino también para ganar votos con obras de relumbrón de validez (cuando la tienen) coyuntural y efímera, y que luego se convierten en problemas, por ejemplo cuando ocurren catástrofes naturales (temblores, inundaciones, incendios, etcétera).


En Tabasco se sabía que con construcciones en lagunas disecadas y en los llamados vasos de regulación el agua de lluvia desbordaría los ríos y que éstos ya estaban parcialmente taponados desde 1999, por lo menos. Sin embargo, no se hizo nada o, más bien, sí se hizo: se continuaron las construcciones, no se desazolvaron los ríos, no se fortalecieron los diques y el dinero público se usó para actos demagógicos incluida la compra de votos y de imagen para gobernantes corruptos y sucesores enamorados del poder y enemigos de su estado. A nombre del llamado progreso (que quién sabe por qué se asocia siempre con obras copiadas de los países del primer mundo y que terminan siendo caricaturas mal hechas) se destruyen selvas, bosques, lagunas, ríos, plantaciones tradicionales y demás, sin pensar en el futuro.
No hay como los gobernantes y empresarios mexicanos para matar a la gallina de los huevos de oro. Se entiende que los capitalistas quieran ganar dinero al costo que sea, pero se supone que para eso existe el Estado: para regular al capital en sus ambiciones sin límites. En lugar de esto, los representantes del Estado se convierten o tratan de convertirse en socios, en beneficiarios del soborno, en ricos de un día al otro y sin ningún sentido de servicio público ni perspectiva del futuro. En tres o en seis años quieren ganar, desde sus puestos de poder, lo que un empresario común en un país civilizado alcanza en 30 o 40 años de riesgos y triquiñuelas (pues en general tampoco son honestos). ¿Y el municipio, el estado o el país que gobiernan? Bien, gracias. Será problema de otro gobernante quien, si es posible, lo escoge el saliente precisamente para que le cubra las espaldas. Y así al infinito o hasta que el pueblo mexicano logre organizarse y decir “ya no” (cosa que dudo en el corto plazo).
La tragedia de Tabasco, y también de Chiapas, nos duele a todos, pero no culpemos al clima, sino a nosotros mismos, que hemos consentido, aunque sea por omisión, que los gobernantes de éste y otros países hayan permitido y permitan que el clima cobre la factura de la destrucción del planeta sin prevenir las consecuencias de sus errores, de los errores de ayer cometidos por corrupción y por falta de planeación.

http://www.jornada.unam.mx/2007/11/08/index.php?section=opinion&article=025a1pol

De Voz en Voz /No. 42

Una mujer llora desconsolada mientras es transportada con otros residentes de Villahermosa, luego de ser rescatados. Otros son movilizados en lanchas, en escenas que recuerdan la catástrofe de Nueva Orleans. (Foto: AFP)

Carlos Morales

Centros de acopio de la Cruz Roja Mexicana para apoyar a los tabasqueños

Cada una de las 30 delegaciones de la Cruz Roja en el estado de México se convirtieron en centros de acopio, por lo que el Consejero Nacional y Delegado Estatal de la Cruz Roja Mexicana, Luis Maccise Uribe, invita a toda la población en general a colaborar y ayudar a los tabasqueños.Hizo el llamado a donar principalmente productos enlatados (atún, chile, sardina y frijol), abrelatas, sopas de pasta, sal, azúcar, leche en polvo, biberones nuevos, productos de higiene personal como son: pasta de dientes, cepillo de dientes, jabón de tocador, papel higiénico, toallas sanitarias, pañales para bebé y para adultos, agua embotellada, cobertores y ropa nueva.Las donaciones se pueden hacer en cualquiera de los diferentes centros de acopio de la Cruz Roja en el estado, en un horario de 8 a 18 horas. Para San Mateo Atenco, en la delegación ubicada en Paseo de Santa Elena Nº 74, colonia Santa Elena, o bien en las delegaciones de Lerma, Metepec y Colón, concluyó.

Concurso Señorita San Mateo Atenco

“¡Ganamos!”, gritó un hombre desde su auto a otro que caminaba hacia “la curva del barrio” y que lo esquivó sorprendido. Con rostro emocionado y mano en alto, el primer hombre le mostró al segundo el ejemplar de Noticias de Atenco donde aparecía la noticia de que la ganadora del certamen Señorita San Mateo Atenco fue la representante del Barrio de Guadalupe. “¡Sí, ganamos!”, concluyó el segundo.
Supongo que ese “ganamos” incluía a todos los vecinos y vecinas de ese barrio tan importante para los políticos, sobre todo en tiempos de elecciones. ¿Y qué ganaron nuestros dos personajes que les daba tanta alegría? Pues seguramente eso, unos momentos de felicidad (tan necesarios en estas épocas ausentes de tranquilidad y plagadas de tragedias) y algo qué presumir con los vecinos de otros barrios. Y párele de contar, porque ¿a poco a través de ese concurso se recupera algo de la identidad de un pueblo como San Mateo Atenco (o de cualquier otro), como lo aventuró al afirmarlo uno de los conductores del evento? Ojalá eso verdaderamente ayudara a recuperarla, aunque fuera un poquitito, porque además de darnos un bañito de identidad nos deleitaríamos la pupila.
El certamen de belleza atrajo la atención de muchos y muchas sanmatequenses, y eso seguramente lo habían previsto las autoridades municipales (y las estatales que participaron) y quienes las apoyaron para realizarlo (no por nada las grandes televisoras y un sin número de empresarios poderosos invierten anualmente grandes sumas de dinero para realizar sus concursos de belleza).
No coincido, y en ello quiero insistir, con quienes afirman que este tipo de certámenes refuerzan la identidad de la gente, por más cultas y autóctonas que sean las bellas concursantes, o por más referencias históricas que se invoquen durante el acto. Esperamos que los dineros utilizados para llevarlo a cabo no hayan salido de las arcas municipales, o al menos no la mayor parte.
Definitivamente le echaron verdaderas ganas al lucimiento del certamen, en todos sentidos. Es evidente que a nuestras autoridades (¿y a las estatales?) en verdad les interesó echar mucha "carne al asador". Sus razones tendrán.

Concurso de ofrendas

Lo espectacular del evento multicolor de música y belleza contrastó, apenas un par de semanas después, con el poco interés y entusiasmo que mostró el Ayuntamiento en la organización y difusión del II Concurso de Ofrendas de San Mateo Atenco.
Además de la escasa y tardía difusión del evento, de hecho no hay gran cosa que describir del miércoles 31 de octubre en que se realizó. Durante el día, el montaje de los altares y por la noche, cobijada por una oscuridad que no permitía ver bien las pocas ofrendas que concursaron, la premiación llevada a cabo por las autoridades.
Si consideramos: 1) que en la mayoría de las casas del municipio, si no es que en todas, se pone un altar de muertos, 2) que esos altares representan una cosmovisión y diversas formas en que los mexicanos nos relacionamos con nuestros muertos, 3) que representan también la imaginación que desplegamos en la elaboración de diferentes productos artesanales, y 5) que además el uno y dos de noviembre y la propia ofrenda son, obvio es decirlo, muy, muy importantes para cada una de las familias que la colocan, pensamos entonces que bien vale la pena invertir en el concurso cuando menos el mismo interés y dedicación que les mereció a las autoridades el certamen de belleza (por cierto, quizás a las familias interesadas les parecería atractivo participar desde su casa, ¿por qué no? A nadie le resulta agradable montar la ofrenda y el mismo día desmontarla, además de que eso no deja huella alguna).
Pero antes que nada es indispensable el interés real, la disposición y la creatividad por parte del Ayuntamiento no sólo para brindarle entretenimiento a la gente sino también, y sobre todo, para fomentar el fortalecimiento de sus tradiciones y costumbres. Ambos concursos responden a intereses muy distintos, pero los dos (y otros más, con objetivos similares) pueden convivir en nuestra localidad. Todo depende de la prioridad que al respecto antepongan nuestros gobernantes y, por supuesto, de sus objetivos a corto y mediano plazos.

Luis Cernuda /Poema

(España, 1902 - México, 1963)

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?

Jesús García, el Héroe de Nacozari




Jesús García, montando a caballo, en una foto días antes de su muerte.
(Foto: Archivo General del Estado de Sonora)


Dio su vida por un pueblo

Ulises Gutiérrez Ruelas /La Jornada



La historia del Héroe de Nacozari ocurrió hace muchos años. Cien, para ser precisos. El 7 de noviembre de 1907 a Jesús García Corona no le correspondía conducir el tren, pero su compañero Alberto Biel se reportó enfermo y tuvo que hacerse responsable de los tres viajes programados entre el pueblo de Nacozari y la mina de Pilares, en el estado de Sonora.
Era un recorrido de apenas cuatro kilómetros. Para asegurar la quema del carbón, la locomotora debía contar con un contenedor donde las chispas eran sofocadas con mallas; sin embargo, en esos días no funcionaba bien. La máquina realizó sin complicaciones el primer trayecto. Cuando iba de regreso por más carga, un mensajero abordó el tren a la altura de El Seis (caserío habitado por familias de trabajadores de las vías) para avisar a Jesús García que se necesitaba llevar más explosivos a la mina, diez toneladas de pólvora que se usarían para una ampliación.
Ya en Nacozari, García dejó a los ingenieros el trabajo de acomodar los vagones, entre los que estaban los dos cargados de explosivos, que por un error fueron colocados junto a la máquina. Jesús aprovechó para hacer una rápida visita a su madre, cuya casa se ubicaba cerca de la estación.
De regreso al sitio donde estaba detenida la máquina, Jesús García ayudó a uno de sus compañeros a encender el fuego, y, lentamente, la presión del vapor subió. Movió el convoy. El viento del norte empezaba a jugar con los remolinos de vapor. Librada del freno, la locomotora trabajaba contra el viento; las chispas vivas, emanadas del contenedor descompuesto, volaron sobre el motor y la cabina, llegando hasta los dos primeros furgones, cargados con cajas de dinamita.
Al principio el fuego fue notificado por la cuadrilla de trabajadores y más adelante, por simples observadores. Un jovencito, alarmado, intentó decir a Jesús lo que pasaba, pero su delgada voz no le permitió vencer el ruido de la máquina. Fue un obrero anónimo quien fuertemente le gritó: “Oye, hay humo en el polvorín”, frase que hoy se canta en uno de los varios corridos dedicados a Jesús García.
En un fragmento del corrido Máquina 501, el fogonero le dice: “Jesús, vámonos apeando/ mira que el carro de atrás/ ya se nos viene quemando. / Jesús García le contesta:/ yo pienso muy diferente, / yo no quiero ser la causa / de que muera tanta gente. / Le dio vuelta a su vapor, porque era de cuesta arriba/ y antes de llegar al Seis/ allí terminó su vida...”
Francisco Rendón, frenero encargado de dirigir los rieles a Pilares, le gritaba también, desesperado, que tratara de extinguir el fuego. “¡Frena el tren!”, le gritaba Francisco, con la idea de que entre todos los tripulantes pudieran apagar el fuego, pero a esa altura del trayecto no había agua.
Avivado por el viento que el andar del tren producía, el fuego se expandió. El aire fluyó a través de las cajas e intensificó las llamas. Cuando la esperanza se desvaneció por la intensidad del fuego, Jesús le pidió a la cuadrilla que lo acompañaba que se arrojara de la locomotora y le imprimió toda la fuerza. Romero saltó y rodó hacia la maleza.
A las 14:20 horas, un estruendo como temblor se sintió en Nacozari. La onda expansiva quebró vidrios y sacudió las casas. Tan grande fue la explosión, que la locomotora desapareció por completo. Jesús murió al instante, lanzado por el frente de la cabina.
De El Seis no quedó casi nada. Fueron 13 los muertos, entre niños, mujeres y obreros que se encontraban cerca de la vía. Pero, sin duda, fueron cientos los que salvaron la vida cuando Jesús García decidió alejar del pueblo el convoy en llamas.
Los historiadores aún discuten diversos detalles de este hecho histórico (como el número de la locomotora), pero todos coinciden en que Jesús García salvó a un pueblo completo.
La vida de “El héroe de Nacozari” fue muy corta; en su honor se levantó un monumento y la población se llama ahora Nacozari de García. Fue declarado Héroe de la Humanidad por la American Royal Cross of Honor de Washington, una calle de la ciudad de México lleva su nombre y se le compuso el famoso corrido llamado Máquina 501, el cual cantaba el popular intérprete “Charro Avitia”.

MÁQUINA 501

Máquina quinientos uno,
la que corrió por Sonora,
por eso los garroteros
el que no suspira, llora.

Era un domingo, señores,
como a las tres de la tarde,
estaba Jesús García
acariciando a su madre.

Dentro de pocos momentos:
"madre tengo que partir,
del tren se escucha el silbato,
se acerca mi porvenir."

Cuando llegó a la estación
un tren ya estaba silbando
y un carro de dinamita
ya se estaba quemando.

El fogonero le dice:
"Jesús, vámonos apeando,
mira que el carro de atrás
ya se nos viene quemando."

Jesús García le contesta:
"Yo pienso muy diferente,
yo no quiero ser la causa
de que muera tanta gente."

Le dio vuelta a su vapor,
porque era de cuesta arriba,
y antes de llegar al seis
allí terminó su vida.

Desde ese día inolvidable
tú te has ganado la cruz,
tú te has ganado las palmas,
eres un héroe Jesús.

Nellie Bly y su vuelta al mundo en 72 días



Erika Cervantes* Cimac México, DF


Para muchas personas el expresar lo que piensan y sienten es casi imposible, para Nellie Bly fue un hecho de valentía lo que la hizo convertirse en periodista.
Elizabeth Jane Cochran nació el 5 de mayo de 1864 en Pennsylvania y es la predecesora del periodismo de investigación y de la investigación periodística encubierta.
Su incursión en el periodismo se inició al contestar una columna sexista en el periódico Pittsburgh Dispatch que la impulsó a redactar una incisiva respuesta al editor. La calidad de la misiva propició que este último la invitara a unirse al diario como reportera. El mismo editor fue el que le dio a "Pink" el seudónimo Nellie Bly, en honor al personaje de la canción del mismo nombre, de Stephen Foster.
Elizabeth Jane, alias Bly, escribió algunos artículos de investigación antes de ser relegada a la sección para mujeres.
Abandonó el Dispatch y viajó a Nueva York, donde pidió empleo en el periódico sensacionalista The New York World, de Joseph Pulitzer.
Pulitzer la contrató y su primera orden de trabajo fue la escritura de un artículo sobre el asilo psiquiátrico para mujeres de Blackwell's Island. Bly se internó en el asilo exponiéndose a las horribles condiciones a las que se sometía a las pacientes. Este tipo de periodismo encubierto eventualmente se convertiría en su estilo particular.
Uno de los trabajos más importantes de Elizabeth Jane se dio a finales de la década de 1880, cuando en 1888 se le sugiere al World que mande un reportero en un viaje alrededor del mundo, en relación al libro La vuelta al mundo en ochenta días (escrito por Julio Verne).
Elizabeth Jane alias Nellie Bly fue elegida como la reportera a realizar dicha hazaña, y el 14 de noviembre de 1889 partió en su viaje de 24,889 millas (40,000 km) desde Nueva York.
"Setenta y dos días, seis horas, once minutos y catorce segundos después de su salida desde Hoboken" (el 25 de enero de 1890) Nellie regresó a Nueva York.
Estableció un nuevo récord mundial al dar la vuelta al mundo en tan poco tiempo, aunque meses después, George Francis Train rompió esa marca al completar dicho viaje en 62 días.
En sus viajes alrededor del mundo visitó Inglaterra, Japón, China, Hong Kong, el hogar de Julio Verne, Brindisi, Colombo y San Francisco. Fue también la primera mujer en navegar el mundo sin la compañía de un hombre y llegó a inspirar a las mujeres de todo el mundo.
Nellie Bly contrajo matrimonio con el millonario Robert Seaman, en 1895, y al mismo tiempo se retiró del periodismo por algún tiempo. Cuando Seaman murió en 1904, Nellie tomó las riendas de sus compañías. Trabajó archivando noticias una vez más y reportó los eventos de la convención de 1913 a favor del sufragio femenino. Viajó a Europa durante la Primera Guerra Mundial y fungió como reportera desde el frente del este.
Elizabeth "Pink" Cochrane murió a los 57 años de neumonía, en Brooklyn, Nueva York, y nos hereda a las mujeres del mundo el derecho a ser periodistas y aventurarnos por el mundo.

*Periodista mexicana

http://www.cimacnoticias.com/noticias/06may/s06053008.html

Hablemos de… La cerámica (Parte I)


Cuenco de Colima (fase Amparo, 300 a.C. a 300 d.C.)



Leticia Cervón A.

La historia del mundo se puede reconstruir a través de los restos arqueológicos. El hombre desde hace miles de años dejó de agacharse a beber agua directamente del río o laguna, porque comenzó a ayudarse con las manos juntándolas en forma de "cuenco"... Así, su imaginación lo lleva a crear con arcilla (barro) objetos que le son útiles para almacenar, guardar y comer alimentos.
En esa actividad creativa, cuyo producto conocemos comúnmente como cerámica, intervienen los cuatro elementos de la naturaleza: TIERRA, AGUA, AIRE y FUEGO.
Con la TIERRA impregnada de AGUA formamos el objeto deseado. El AIRE lo seca y le da su estabilidad definitiva.
El FUEGO -que siempre tiene la última palabra- le otorga la consistencia y dureza debidas, transformándolo en una auténtica pieza duradera.
Pero la actividad creativa del hombre no se detiene: al paso de los años, surge en él la NECESIDAD DE EXPRESARSE; sucede entonces que la CERÁMICA rebasa su función meramente "utilitaria" y trasciende los horizontes conocidos, convirtiéndose en un ARTE actual, de vanguardia, que podemos realizar y apreciar en infinidad de formas. LA TÉCNICA ES MUY COMPLEJA; LA LIBERTAD, PRODIGIOSA.
Escultura cerámica de Cuba

El coronel (1955) /Parte II


Cuento de Ricardo Garibay




Caminaban adormecidos y tristes. El Jefe clavaba la barba en el pecho, y a compás de su paso soñaba viendo los campos que tanto amó. Sólo uno vigilaba rumiando el amargor del castigo... Se quejaba el de las andas. Los soldados van pisando un reguero de sangre a cada paso más oscuro: "¡Jefe!" Éste se para y se vuelve y se lanza a la camilla y se agacha y cuando se endereza sus ojos son dos rendijas negras que clavan a los peones. Los peones se miran, miran a los soldados y los soldados se asoman y se levantan demudados mirando al Coronel cuyo semblante es una máscara y cuyos labios blancos tiemblan. Uno de los que cargaban tiene la cabeza gacha: la levanta y como que se asoma al río y al paisaje que ha quedado atrás, bizquea mirando de reojo y co­mienza a balbucir. Dejan la camilla a un lado, aparta mi abuelo a aquél, lo para contra los troncos, y allí, bajo los eucaliptos, en la tarde de no sé cuándo, ya cayendo el sol que lamía las laderas lejanas, junto al río rumoroso y con el viento entre las ropas ligeras, ordena y lo fusilan... La pesadumbre los detiene un rato. Entierran a los muertos junto al camino y regresan. Y me decían: "Es que el peón, andando, le había clavado un puñal en las costi­llas, por debajo de la lona".
De niño fue al seminario. Nadie ha dicho más; apenas que allí aprendió el latín y que sacó aficiones como la de las letras y la astronomía. Tenía mucho de religioso pues era en cierto modo un poeta, aunque era algo hereje y po­co amigo de liturgias. La gente de la Iglesia lo estimaba y se dolía por él. Pienso que en estas cosas él puso escasa atención: sus hijos siguieron caminos de anarquía o ca­minos de sequedad, y sólo dos hallaron el camino.
A los treinta años era periodista y secretario del go­bernador del Distrito. Entonces casó con doña Ángela Zendejas y Serrano y comenzó la vida que a mí me han contado.
Iba de pueblo en pueblo la familia creciendo en hijos, criados y animales, de tal manera, que cierta vez en una estación se acercó una mujer a preguntar si era panora­ma o pantomima lo que llegaba. En el panorama, alqui­lado cualquier jacalón, se mostraban vistas de a tlaco, y en la pantomima había cirqueros y titereros. Mi abuela prefirió vender los muebles e improvisarlos con cajones en cada lugar. Yo me regocijo imaginando el barullo de aquella gente, que ahora es tan respetable. Cada quien cargaba con algo bajando del tren, si en tren habían lle­gado, porque todos tenían cosas de su afecto que a nadie confiaban, íbanse derecho a la casa tratada desde antes, se amontonaban, y al día siguiente los muchachos traían noticias de todo el pueblo, y todo el pueblo las llevaba de ellos. Otras veces el viaje se hacía en distinta forma. El gobernador "considerando su actividad y eficacia y de­más circunstancias" que concurrían en mi abuelo, lo nombraba jefe político de algún sitio inaccesible. Ale­gría general, menos para mi abuela -que debía reco­menzar su hogar entre gentes desconocidas-. Él partía de inmediato para encargarse de su empleo y preparar la recepción. En la casa, el trajín: madrugadas, carreras, gritos, quemazón de cosas viejas, venta de animales, vi­sitas qué hacer y recibir, disposiciones, valijas, compras, recados, telegramas, propios, comidas apresuradas donde reinaba el mayor libertinaje, alquiler de bestias, rumores de martillos, serruchos, reatas, papeles, mantas, tejamaniles; piezas desmanteladas y sonoras, montañas de cajas y bultos, patios ahogados de escombros, pare­des solas y descoloridas donde vagaban las huellas de los cuadros, dineros, regalos, noches pasadas sobre petates y sobre colchones desahuciados, cuentas con los sirvientes, enfermedades de última hora, llegada de los peones, acomodo del equipaje, sorbos de café caliente al alba, revisión de muchachos, impaciencia de las mulas, clamor de vacas y gallinas y perros y venados, ires y venires, órdenes y disgustos, necesidades postreras, rechinar de troncos en el corral... y salida por el portón ¡hacia la sierra! entre la neblina azul y los adioses de vecinos que habían llegado a despedirlos. Allá van: los libros por de­lante en cajones de madera, sobre las mulas -"olvidaba un hijo, pero un libro, nunca"-; luego los cuatro hijos que se seguían en edad al primogénito, a caballo; luego los pequeños, en andas, en sillas de mano, "a lomo de in­dio"; luego la esposa con el menor, cargados entre cuatro; luego los criados con la comida del camino; luego más mulas, con el equipaje; luego los animales; luego la escolta; y recorriendo la columna constantemente, sol­dados, y medio kilómetro adelante, soldados, y mandan­do, un capitán responsable ante el señor de aquella caravana. Llegaban a alguna ranchería donde les espera­ba el refrigerio o la sopa caliente. Se deshacía la hilera, se aflojaban las cargas, se recontaba, se descansaba una hora, y vuelta a subir y bajar barrancos ya con la lumbre del mediodía. Al atardecer, el alborozo se convertía en plañido; empezaban a dolerse, el polvo les comía las gargantas. La esposa desde hacía rato estaba alerta, agu­zando el oído, incorporada en su silla, y lo advertía mu­cho antes que los demás: "¡Ya vienen!". Todo el mundo se enderezaba reanimándose: "¡Ya vienen!" Pero nada oían. Algunos intentaban adelantarse; la impaciencia y la gritería asustaban a los caballos; apretaban el paso. Nada. El capitán regresaba: "No se ve nada". "¡No hay nada!" -que era como aflojar de nuevo el ánimo. De pronto: "¡Sí, ya oí, ya oí, ya vienen!" -gritaba alguno. Todos gritaban, todos habían oído. Se acercaba sorda­mente el rumor de unos galopes; se agrandaba, temblaba ligerísimamente la tierra; llegaba ya el esfuerzo de los caballos. Todo el mundo inmóvil sobre los estribos, sobre sus ansias; sobre los montes el crepúsculo de oro; y entre los montes melenas desgreñadas, ropas revueltas, ojos anhelantes, párvulas fatigas y un aire azul y la impaciencia a punto de romperse cuando surgía de entre los árboles el padre -conteniendo su cabalgadura, cubierto de polvo, la gran barba abierta por el viento, el pecho muy hinchado, la sonrisa suavemente llorosa- seguido de su escolta y de su hijo mayor. Llegaba entre fragores y polvaredas, y el entusiasmo alzaba su grita por parajes recónditos. Les daba encuentro y los llevaba al pueblo. La casa adornada, la mesa puesta, los "antojos humeando". Al día siguiente se cobraba: "Yo ayer los agasajé, ahora les toca a ustedes". Y se pasaba el día esperando la cena. Y así éstas eran dos fiestas seguidas. Los jefes políticos, injustos y crueles, eran odiados dondequiera. Durante la Revolución, quien pudo se co­bró terriblemente los agravios. Pero mi abuelo era un hombre amable. Sabía conciliar los intereses, ser media­dor entre el gobierno y el pueblo. Y éste respetó su casa, cuidó su simiente, lo recordó muchos años. Cuando mi padre lo era ya, llegó a una región donde los viejos, por­que recordaban, y los jóvenes, porque habían oído, lo lle­naron de atenciones y alabanzas y preguntando por el suyo, cómo había muerto y cuándo; y decían: "Aquí es­tuvo el Jefe, de tal padre tal hijo. Se le parece, don Ri­cardo, se le parece; ríe lo mismo, mira igual, como si lo estuviéramos viendo". (Cuando aquél lo cuenta se le tuerce la voz, y adelantando los hombros y desviando los ojos aguados -ya que había dicho: "...después de tanto tiempo", agachada la cabeza y apagada la frase- nos espeta: "¿Eh?" -y sonríe ligeramente.) En San Agus­tín Metzquititlán lo apremiaban: "Quédese, jefe, con nos­otros; nada le hará falta; le damos casa y tierra y sólo nos promete que nunca se irá de aquí". Pero mi abuela quería la ciudad para sus hijos. Allí, y en todos los lugares de su tránsito, don José de Jesús dejó buenos recuerdos.
Se levantaba muy tarde porque se desvelaba entre sus libros; y cuando lo hacía temprano, tronaba su contento yendo de pieza en pieza con grande boruca y canciones de moda, levantando a los muchachos y ordenando el al­muerzo, que, salvo estas raras veces, transcurría con pachorra. Pasaba en el trabajo el día completo. Al anoche­cer, buscaba las tertulias donde conversaba hasta la me­dia oyendo música. Paso a paso iba a su casa; todos allí debían acompañarlo a cenar: hijos y criados, sordos de sueño, invadían la cocina; se hacían lumbres, se echaban tortillas, se calentaban guisados; rabiaban de verlo comer con tanta gana y paciencia, pero nunca protestaron; aunque los que quedan, todavía consideran aquello como una mala jugada.
Era el señor en su heredad. Nunca nadie levantó la voz en su presencia ni discutió sus decisiones. Todos en cierta forma lo ayudaban. Su ejército de hijos y sirvien­tes vivió adivinándole los deseos y cumpliéndole órde­nes. Alguna vez le dio por escribir sus memorias; vivían en tierra caliente, era el verano, y las moscas se le pega­ban a la cabeza, pelada al rape; llama a su hijo menor, le ordena abanicarlo mientras recuerda, y allí: las ideas que no acudían, y el niño sudoroso y colérico con una palma entre los brazos. La familia le fue cosa indispen­sable para vivir; necesitaba verse rodeado de los suyos y tener a quién mandar y a quién reprender y enseñar; lo hacía en todas partes, dentro y fuera de casa, pero creo que era aquí donde mejor lo hacía. A mediodía uno de los muchachos lo esperaba en la puerta con la ropa de hol­gar; después de saludar a los pequeños se cambiaba, dando tiempo a que en la cocina cesara el estrépito de las prisas y las peleas y todos ocuparan sus sitios; se la­vaba, entraba revisando las manos, que los niños mostraban por encima de la mesa, aprobaba el contento, se sentaba, se sentaban los demás, transcurría uno o dos minutos en silencio mientras se enfriaba la sopa, y co­menzaban a comer y los puercos entraban buscando ma­zorcas y armando alboroto con sus hocicos, sin que los mozos osaran echarlos, pues sabían qué bulla lo ponía feliz. "Me gusta que entren y nos empujen, así es el campo." Dormitaba, mudaba su ropa de descanso y mar­chaba al trabajo nuevamente.

(Continuará)